
Todo tu silencio se adueñó de mis palabras. El miedo recorrió poco a poco mi tambaleante cuerpo, gélido por el temor, mis manos moreteadas se consolaban en las tuyas; la luna, eterna esclava de mi oscuridad, una ves más se veía reflejada en mis lágrimas que bañaban mis labios con un sabor amargo, a derrota, y tuve miedo, tus ojos se veían cada ves más lejanos perdidos en el infinito, como dos estrellas en el cielo. Repentinamente di un paso al frente y sentí como tu mirada se posaba sobre mi, pero me negué a encontrarme con ella; tus ojos pesaban en mi espalda y caí aparatosamente, mi rostro calló en tierra y sentí como me cegaba en la confusión,
el silencio se rompió...
Mi mano ya no solo moreteada sino también ensangrentada había perdido la calidez de hace un instante, ya no estabas más, mi alma se escabulló de mi cuerpo y se ocultó tras mi sombra. La oscuridad es segura dicen, acerqué mi mano a mi boca y bebí un poco de sangre, estaba sediento, sediento de amor, y tuve miedo. Me levanté con dificultad al darme cuenta que me sentía ligero. Habías apartado tu mirada. Volteé, ya que la curiosidad pudo más, esperando encontrarme con esos pedazos de infinito en tu rostro, pero no encontré mas que tu indiferencia...
Un viento cálido esbozó mi rostro con expresión de tristeza y eché a correr tras de ti, con pasos largos, tambaleantes, moribundo, simplemente yo. Mis manos se agitaban rápidamente dejando un rastro de sangre en la tierra, camino de dolor lo llaman. Volteaste de reojo y tu mirada me dejó perplejo, caí de bruces al suelo, no me levanté más, se acabó el miedo, todo había terminado Temerosa mi alma observaba los hechos tras mi sombra que poco a poco desaparecía bajo la luz de una luna más brillante que nunca, era el adiós, nunca más tendré miedo, me dije, cerré mis sollozantes ojos ante el recuerdo de tus labios ,rojos como pétalos de rosa y tentadores como el vino, y me dejé morir.